Tras nuestro viaje migramos a Tabanera de Cerrato, un pueblo en el interior de Castilla donde continuamos la aventura iniciando la primera etapa de desarrollo de, como la llamábamos coloquialmente, “La Abuela.”
En el campo encontrábamos ortigas, caléndulas, romeros y salvias. Las secábamos en la buhardilla de una vieja casa de pueblo que se llenaba de aromas y colores.
En su cocina nacen nuestras recetas. Realizábamos mezclas de mantecas y aguas florales. Durante la noche, las mezclas se enfriaban y los olores penetraban en nuestras memorias. Éramos exploradoras habitando un basto terreno por descubrir. El viaje aún no había terminado.
A la mañana siguiente, nos temblaba el pecho de la ilusión al comprobar en qué se habían convertido aquellas mezclas con paso del tiempo. La textura, el olor y las sensaciones que nos dejaban en la piel eran el mejor desayuno. Cremas hidratantes, ungüentos y jabones cuya elaboración con el paso de los años se convirtió en ritual, formaban parte de nuestra manera de cuidarnos en el día a día, cuidar a los que teníamos más cerca y cuidar de nuestro Planeta.
Aquella buhardilla, los aromas a romero, a caléndula, al mimbre de aquella cesta, a los aceites macerando son los aromas de los cuidados y vuelven una y otra vez cuando elaboramos en busca de una receta en nuestra cocina.
Olores y cuidados que hoy conseguimos que lleguen hasta ti a través de nuestros productos y que forman parte de los recuerdos más valiosos de nuestra vida, de un intenso viaje, de nuestra amistad y de nuestro trabajo en La Abuelita Ceiba.